«Las oportunidades existen, pero tenemos que crearlas».
Dos de la mañana. Una máquina nueva. Silencio. Rostros tensos.
Yuli Rodríguez y su marido acababan de instalar una prensa diseñada para extraer aceite de Sacha Inchi. La encendieron, esperaron... y no salió ni una gota. Tras meses de esfuerzo y un importante riesgo financiero, se sentaron en silencio, mirándose fijamente, haciéndose la única pregunta posible: "¿Y ahora qué?"
No era la primera vez que la realidad les ponía un muro delante. Pero en la vida de Yuli, los muros no se quedan en muros: los empuja hasta que se convierten en puertas. Nacida y criada en Putumayo, en el suroeste colombiano, Yuli habla de su territorio con orgullo y claridad: "un lugar muy bonito, lleno de oportunidades, pero hay que crearlas". Durante su juventud, las oportunidades eran escasas: opciones educativas limitadas, poco acceso a Internet y un panorama laboral poco alentador. Así que se marchó a la ciudad de Neiva, a 5 horas de su casa, para estudiar Ingeniería Medioambiental.
Después de graduarse, trabajó en estudios de impacto ambiental para un oleoducto, "el camino natural" para su profesión en Colombia. Pero ese camino no coincidía con su propósito. Durante la crisis económica y tras el acuerdo de paz de 2016 entre el Gobierno colombiano y las FARC, ella y su marido tomaron una decisión que les cambiaría la vida: volver al Putumayo e intentar algo diferente.
No había un plan claro. Pero poco a poco, comenzaron a imaginar cómo convertir los frutos de la biodiversidad en productos de valor añadido. Primero Sacha Inchi. Luego Cacay. Y poco a poco, nació BioIncos.
La idea sonaba sólida, pero la realidad era dura. Yuli admite que no sabían nada de administración, impuestos ni mercados. De repente tuvieron que aprender sobre declaraciones del IVA, contables, licencias y registro de empresas. La curva de aprendizaje fue empinada. Y aquella noche en que la prensa no funcionó se convirtió en un símbolo: podían haber abandonado, pero optaron por ajustar, rediseñar e intentarlo de nuevo. Días después, por fin goteó aceite de la máquina. Aquella primera gota era algo más que un producto: era la prueba de que la perseverancia con un propósito acaba dando sus frutos.
Otro punto de inflexión no vino de las máquinas, sino de la confianza. Cuando Yuli decidió comprar cacay a las comunidades locales, nadie la creyó. Era una fruta silvestre que comían los animales y unas pocas familias, nunca algo "de valor". Ofrecer dinero por algo que siempre había sido gratis sonaba sospechoso.
Yuli se quedó una semana en una comunidad. Instaló un puesto de compra y lanzó un reto: "Tráeme una bolsa de Cacay y te pagaré por ella". Días más tarde, un hombre llegó con una bolsa diminuta, probando si su promesa era real. Cuando le pagó en el acto, todo cambió. La confianza se extendió. Llegaron más bolsas. Se unieron más familias.
En ese gesto reside la filosofía de Yuli: tomar algo que ya existe, conectarlo a un mercado que lo valora y generar ingresos a partir de ello. No se trata solo de beneficios, sino de un mensaje: el bosque puede mantener una economía digna sin dejar de ser bosque.
El crecimiento de BioIncos también se aceleró con el apoyo de NESsT. "Siempre digo que fue un antes y un después", explica Yuli. "Antes funcionábamos de forma casi artesanal. Después de ese proyecto, empezamos a ampliar el negocio, a tecnificarlo."
Ese cambio es visible: mesas de acero inoxidable, infraestructuras mejoradas, procesos organizados, planes de trabajo y sistemas de calidad más sólidos. Pero el cambio más profundo es la sensación de tener una base sólida. La incubación no creó el impulso de Yuli, pero lo reforzó y lo hizo más sostenible.
El impacto se ha irradiado hacia el exterior. Los proveedores que antes utilizaban Cacay sólo para el consumo doméstico ahora lo ven como una verdadera fuente de ingresos. Una familia incluso contó que una sola cosecha les ayudó a superar una grave crisis económica. Estas historias, dice Yuli, son las que la "oxigenan": la prueba de que el esfuerzo no se queda en un almacén, sino que transforma vidas.
Yuli sueña con una Amazonia donde la bioeconomía sea un auténtico medio de vida, donde el bosque sea sinónimo de bienestar y no de estancamiento. Ese sueño crece con cada paso adelante: la máquina que por fin funcionó, el primer saco de Cacay comprado, la mejora de las infraestructuras y, sobre todo, la confianza ganada de las comunidades.
