«Mamá, quiero ser como tú».
Lida Medina es una emprendedora indígena de Vaupés, Colombia. Durante años, ella y las mujeres de su territorio ocuparon un lugar secundario en la vida comunitaria, confinadas a las tareas domésticas y prácticamente ausentes de los espacios públicos. Aunque ocasionalmente participaban en proyectos de desarrollo, esas iniciativas rara vez abordaban sus necesidades reales. Como recuerda Lida: «Llegaban con objetivos y actividades predeterminados, sin preguntarnos qué necesitábamos, sin identificar las necesidades que tenemos como mujeres indígenas». Cuando los proyectos terminaron, nada había cambiado realmente.
Finalmente, Lida se dio cuenta de que las soluciones no vendrían de fuera, sino que tendrían que venir de dentro. El punto de inflexión se produjo cuando, al final de un proyecto, se dejaron atrás equipos y herramientas sin un plan claro para su uso, y la gente empezó a llevárselos a casa. Lida se negó a dejar que todo se desintegrara. En su lugar, propuso algo radicalmente diferente: que las mujeres se organizaran, se asociaran y se hicieran cargo ellas mismas. Esa decisión cambió su vida y la de su comunidad.
Así nació AMITLI, una asociación de mujeres dedicada a la producción y comercialización de fariña (harina de yuca) y otros alimentos locales, así como a la oferta de servicios culinarios basados en la cocina amazónica. «Empezamos con siete mujeres y una necesidad básica: crear una oportunidad de trabajo para nosotras mismas», explica Lida.
Con el tiempo, ella y sus socios comenzaron a llevar registros detallados, organizar cuentas y documentación, obtener certificaciones y registrar la asociación en la Cámara de Comercio. Esa disciplina sentó las bases para el crecimiento. Su trabajo pronto se extendió más allá de generar ingresos para ellos mismos: coordinaban con otros productores y familias locales, fortaleciendo la economía regional y contribuyendo al resurgimiento de prácticas tradicionales como la chagra, una forma de policultivo que promueve la biodiversidad y la gestión armoniosa del bosque.
Junto con el impacto económico y medioambiental, se estaba produciendo una transformación más profunda. AMITLI se convirtió no solo en un motor productivo, sino también en un poderoso espacio para el empoderamiento de las mujeres, un lugar donde estas podían ejercer su autonomía, ocupar puestos de liderazgo y convertirse en agentes de transformación de la comunidad. Los talleres de formación sensibles al género, incluidos los organizados por la Incubadora Regional Indígena para la Amazonía, desempeñaron un papel fundamental en el fortalecimiento de las capacidades de las mujeres a las que a menudo es difícil llegar: las mujeres indígenas rurales.
El camino no estuvo exento de dificultades. Algunos sectores de la comunidad criticaron a las mujeres, acusándolas de querer «abandonar a sus maridos». Sin embargo, hoy, cuando Lida oye a su hija de 14 años decir: «Mamá, algún día quiero ser como tú», siente que todas las dificultades han merecido la pena. Para esta joven, el modelo a seguir ya no es una mujer silenciosa y dependiente, sino una líder indígena que viaja, habla en nombre de su comunidad, crea una organización y demuestra que las mujeres pueden controlar su tiempo, su trabajo y sus vidas, al tiempo que mejoran el bienestar de sus familias y su territorio.
Hay un dato llamativo sobre AMITLI: de los 30 miembros de la asociación, uno es hombre. Cuando se le pregunta a Lida por qué una organización dirigida por mujeres tiene un miembro masculino, su respuesta es sencilla: «Piensa como nosotras, siente como nosotras. Si quiere trabajar con nosotras, no hay problema. No vamos a excluirlo por ser hombre. Si piensa y siente lo mismo, es bienvenido». AMITLI no es un espacio restrictivo, sino un entorno de crecimiento abierto a cualquiera que crea en la equidad y reconozca que las mujeres pueden contribuir tanto o más que los hombres al bienestar de la comunidad y al cuidado de la Amazonía.
